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Lo sé. La remolacha no tiene un gran club de fans. A muchos niños no les gusta, otros la asocian con la infaltable ensalada del almuerzo ejecutivo y otros ni siquiera se atreven a darle una oportunidad. Lo entiendo, en este vida todo se trata de gustos pero a veces cuando le encontramos nuevos ángulos a los ingredientes, cambiamos de opinión.
Anoche viendo la semi final de un programa de cocina en el que utilizaban la remolacha dentro de las preparaciones, le comentaba a mi esposo que conocía una forma de comerla que le gustaba hasta a los más escépticos.
Un compañero de trabajo que la detesta, se sorprendió al darse cuenta de que se acababa de comer casi media remolacha que le sirvieron como topping en una ensalada. No tenía idea que esa delicia crocante era una de sus enemigas acérrimas.
Si él comió cada rodaja con felicidad, tú también puedes hacerlo.
¿Qué necesitas?
2 porciones
1 remolacha grande
Aceite para freír (canola, girasol)
Sal gruesa
Preparación
Con un pela papas, quítale la cáscara a la remolacha y si quieres, también con la ayuda de este utensilio, saca finas rodajas de este dulce tubérculo.
También puedes usar una mandolina para mayor precisión (si no sabes qué es, buscar en Google “mandolina” ).
Pon a calentar el aceite en un sartén hondo a fuego medio. Cuando está caliente agrega las láminas de remolacha procurando que no queden unas encima de otras para que no se peguen y sube la temperatura para que queden crocantes. Retíralas del aceite cuando empiecen a tomar un color naranja y ponlas en un plato con papel absorbente para eliminar el exceso de grasa.
Antes de servir, espolvoréales la sal gruesa (también puedes usar sal normal pero este tipo de sal las hará aún más ricas). El contraste del dulce con la sal te encantará.
Otro buen acompañamiento, es queso crema.